¡SE ACABÓ ESE AFÁN CON EL QUE CAMINÁBAMOS!
Se acabó la prisa por llegar a tiempo a todos lados.
… y el mundo mismo nos enseñó que eso a lo que poco le prestábamos
atención al fin y al cabo era por lo que debíamos realmente correr.
Veíamos los minutos pasar, en una carrera desenfrenada y
casi infinita en contra del tiempo, que siempre perdíamos (pero creíamos ganar).
Nunca tuvimos tiempo para nada y las horas no cabían en
nuestros cronogramas. Pero el poco tiempo que tuvimos, lo gastamos en comprar
más tiempo para poder gastar… al final, nos quedamos sin tiempo y sin a dónde
ir.
La tierra sólo tuvo que dar un pequeño sacudón para
mostrarnos que el camino que recorríamos nos llevaba más lejos de nuestro
destino y, que el destino, sólo lo podíamos alcanzar de la mano de nuestros
seres queridos.
Nos obligaron a estar día a día con las personas más
cercanas, mientras aprendíamos que lo único que nos hacía falta no era tiempo,
sino mirar mejor al rededor.
Empezamos a ver a todos nuestros amigos refugiarsen en casa.
Ya no pensábamos en el fin de semana para escapar de la rutina, porque todos
los días eran iguales. Convertimos la rutina en el más hermoso acto de amor y
de protección hacía nuestros seres queridos porque nos quedamos en casa, mirándonos
a los ojos y escuchándonos con el corazón.
Entendimos que para salvar al mundo no necesitábamos armas,
ni balas, ni espadas, ni palos o piedras; sino solidaridad… y que los aplausos
eran, día a día, un pago anímico para nuestros más fuertes guerreros en el frente
de batalla. Empezamos a aplaudir y a ayudar mientras se nos olvidaban los
colores políticos, de raza, de bandera o de cualquier tipo.
Nos entregaron la fórmula más precisa para salvar al mundo y
nos aterramos con la solución… ¡No salir da casa para dejar respirar la tierra!
Y por fin entendimos que éramos nosotros quienes la estamos matando mientras
mirábamos hacía otro lado.
Los animales reclamaron de nuevo su espacio y fuimos
nosotros quienes tuvimos que irnos. Con justa razón el planeta tomó un aire y
respiró, sin la contaminación de nuestras manos arrancando sus pulmones y secando
su sangre, mientras nos excusábamos en razón del hambre, pero que no de
alimento sino de poder.
Las potencias mostraron que no son potencias y que están muy
lejos de serlo. Mientras todos unidos luchamos, poco a poco, con un enemigo más
diminuto que cualquier bala… que no es un virus, sino el EGOÍSMO.
Desaparecieron todas aquellas personas que nos rodeaban
todos los días… personas con las que estábamos llenos de compañía, pero repletos
de soledad… Logramos ver quienes realmente estuvieron siempre ahí en los
momentos buenos y malos. Y nos dolió ver cómo esos que siempre estuvieron ahí,
eran a quienes más habíamos abandonado.
Volvimos a escuchar a nuestros padres, madres y abuelos. Volvimos
a interesarnos en su sabiduría y en sus fuerzas, para combatir el miedo y el
terror que le tenemos a la soledad.
Les empezamos preguntar a nuestros viejos de dónde sacaron
fuerzas para vivir sin todo lo que hoy tenemos y entendimos que lo que hoy
tenemos es lo que nos aleja de lo que realmente siempre ha importado. Mientras
sonreíamos y llorábamos con sus historias.
La tierra nos enseñó a ver con ojos despiertos y bien
abiertos la realidad y, de un golpe certero, nos hizo entender que siempre lo tuvimos
todo y no lo supimos apreciar. Nos hizo ver el mundo con ojos de turistas y nos
llevó a añorar todo aquello que ya habíamos convertido en una fría y triste rutina.
¡PERO YA ES HORA!
Es hora de despertar; es hora de levantarnos y tomar consciencia…
Es hora de salir a construir antes que destruir.
Es hora de reinventarnos, de reconstruirnos y crearnos…
¡La tierra es un paraíso que no apreciábamos!
Pero aún no es tarde… Aún es nuestra oportunidad de encontrarnos
a nosotros mismos y reconocernos como seres que estamos en la tierra para
crecer junto con ella, no sobre ella.
Escrito por: David A. Bermúdez
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