Leves instrucciones para suicidarse.
Antes de comenzar a
detallar las instrucciones a seguir para suicidarse impondré unas cuantas
condiciones, algunas absurdas y rígidas, otras un tanto más flexibles, pero en
todo caso necesarias para explicarle al lector por qué ha de matarse.
Primero, es
necesario que se descalce para leer. Quítese los estúpidos zapatos de
oficinista, los insoportables tacones que tanto le gustan, las medias que le
cortan la circulación a sus piernas. Busque una alfombra o una almohada en la
cual descansar sus pies. Sienta la textura de la lana, el algodón o la seda
entre sus dedos descubiertos, como las suaves caricias que lo materiales
muertos pueden brindarle a una de las partes más olvidadas de su cuerpo. No sea
vago, hágalo. No lea como los universitarios mediocres, obligado, con sueño,
con el trago en la cabeza. Tampoco como un melancólico desgraciado, así, por
escapismo, porque no tiene nada mejor que hacer mientras espera otra desgracia
que lo encadene de la tristeza a la vejez prematura, y de la vejez a la muerte.
Lea con coraje, con arrogancia, sea prepotente, napoleónico, que del sadismo y
la sátira nos encargamos los escritores. Lea con morbo, con expectativa, nunca
sea inocente con la lectura. Ella nunca lo será con usted.
Levántese y
diríjase a un espejo. Dígame a qué personaje se parece, ¿a Fausto, a
Raskólnikov, a Meursault? Dígame, ¿acaso se parece a usted mismo? No se engañe,
no sea escrupuloso con su respuesta. Mírese por primera vez como a otro. Fúndase
de inmediato con sus propios ojos y siéntase orgulloso de sus ojeras, sus
imperfecciones, de lo fantástico de su temible presencia en este mundo. No
fantasee con lo que otros le han contado, no se masturbe pensando en lo grande
que fue Shakespeare, léalo, participe. Descalzo, desnudo. Vamos, no sea tímido,
despójese de sus prendas, hasta quedar en ropa interior, o mejor sin nada. Como
sea, diviértase.
Entre a la cocina,
ponga agua en el fogón y mientras se calienta busque la caja del té. Huélala,
piérdase en los placeres sensoriales de la naturaleza, sienta el aroma a
tierra, a fruto, a hoja, a tostado. No ponga el agua encima del té, ni beba de
inmediato de la taza, no sea idiota. Haga de cosas tan sencillas como esta un
ritual en su vida diaria. Haga participes al olfato, la vista, el tacto, a su
cerebro. Vierta el agua y luego ponga la bolsa, observe como la trasparencia
del agua se tintura lentamente de hilos naranjas, casi parecidos a la sangre, y
dure un buen tiempo sin ver, observe como un niño. Tome la taza caliente con
las dos manos, abrásela con los dedos, deje que le trasmite su calor sin
necesidad de beberla, deténgase, olfatee de nuevo. Después de eso ya estará
listo para su primer sorbo. Sople, beba, con los ojos cerrados, sienta ese
placer místico mientras el té choca dulce contra la punta de su lengua y amargo
contra los bordes. Pero nunca le ponga azúcar al té, a veces en la vida las
cosas amargas son más dulces que las empalagosas. Si no me cree coja un libro
de Camus, un existencialista que nunca lo fue, un existencialista que a
diferencia de los otros no se hundía con la desgracia y lo absurdo de este
mundo, él se reía a carcajadas. No espere buscar humor en su obra, no es a eso
a lo que me refiero. Siéntalo, Camus era capaz de observar el más absurdo
sinsentido de la existencia como si estuviera sentado mirando desde el balcón,
ajeno, feliz como una persona que toma chocolate mientras mira por la ventana a
la gente mojarse bajo la lluvia. De eso trata el estilo de Camus, estar feliz y
aun así escribir de forma cruda. De eso se trata el té, de disfrutar la
felicidad en lo amargo. El mundo es caótico, el observador inmutable. Beba,
abra los ojos y siéntase despierto.
Vuelva a su
biblioteca. No importa que sea pequeña, basta con que tenga buenos libros y sea
cómoda, pero tenga una. Busque ese libro de poemas que tiene empolvando hace
meses, ábralo en una mano, en la otra el té, el torso desnudo, tome un sorbo
para aclarar la voz y empiece a entonar poemas de forma maniática, pues sólo
hay dos formas de recitar poemas, gritándolos o susurrándolos. Declame sin
vergüenza alguna, hágalo con fuerza, sin quedarse quieto, dando vueltas en la
habitación, mueva los brazos, las manos, el espíritu. Siéntase profeta del
advenimiento de un culto que nunca llegará porque siempre ha estado, porque no
hace falta buscarlo pero sí encontrarlo: la poesía. Si no tiene libro de
poemas, salga, cómprelo, o en su defecto sígame:
Nada más bello que
levarse los dientes en la ventana con la ciudad que comienza a echar humo
Con la ciudad que
levanta persianas
Con la ciudad
atravesada por ambulancias de leche
Y piernas de
adolescente rumbo a su diversión estival
Con la ciudad donde
tú retrato marca la hora de mi muerte cada 5 segundos
Con la ciudad que
ha tomado mi forma como el agua
Tomando la forma
del recipiente donde vive
Escudriñar en el
buzón la mano amiga que te habla
Desde un país donde
ya es hora de acostarse
Escribir en el muro
como propósito del día
“Amortiguar el
odio”
“Mirarte el pene
mientras duermes”…
Fragmento del poema
Zen y Santidad de Jotamario Arbeláez.
Luego de terminado
el té y el poema, salga a correr a la calle, desnudo si es que así lo desea o
vístase si es que se sonroja con su propio cuerpo, pero salga, haga ejercicio
hasta el cansancio, hasta el borde del derrumbamiento, hasta casi ceder al
padecimiento insoportable de articulaciones, huesos, músculos, y después de eso
sobrepóngase a todo y prosiga, incremente exponencialmente la sensación. Cuando
esté a punto del desmayo tiéndase sobre el césped del parque o de algún vecino
incauto y asimile todo el dolor que pueda como la prueba de que usted está
vivo, pues sin duda es el dolor lo único que nos recuerda que no somos
querubines sino humanos. Es frente al dolor donde nos contemplamos más mortales
y vulnerables que nunca, pero en este caso vívalo como un símbolo de fortaleza,
de que tiene piernas, brazos, voluntad, y sobre todo la libertad suficiente
para propinarse dolor a sí mismo y sentirse satisfecho de hacerlo. Aunque no lo
crea esta es la razón de vivir de muchos que se esclavizan a las disciplinas
del deporte y el arte. Ser felices mediante el dolor y convertir el dolor en
felicidad. Luego, acostado mire al cielo y siéntase eterno, sin fronteras.
Ámese de pies a cabeza como un narcisista epicúreo, como un Dalí, como un
poeta. No lo dude, vale la pena.
Encuentre a quien
besar con todas sus fuerzas, pero no besos tímidos de colegio o besos con sabor
a porcelana vieja de algún extraño, busque un beso cálido, conocido, lo
suficientemente familiar como para poder hacerlo intenso y prolongado. No
economice pasiones. Nunca. Tome a una mujer bella y joven con su mano por
detrás de la nuca, haga que sus labios luchen y evite que respire, presione
suavemente su cabeza hacia usted, tómela de la cintura. No lo intente con
mujeres maduras, ellas lo harán por usted. Juegue con el desenfreno, dele vida
al movimiento, y cuando su pareja esté lo suficientemente elevada como para
pensar en otra cosa, retire inmediatamente sus labios de ella. Si ella lo busca,
retírese un poco más y contemple el espectáculo. Ella mantendrá los ojos
cerrados, los labios estirados en busca de usted y la respiración suspendida.
Grábese ese rostro con facciones de felicidad incomparables, con belleza,
entrega, y entienda la importancia que usted representa en otros. Si usted es
mujer, seduzca a un hombre que valga la pena, que le fecunde las ideas, no las
entrañas. Atrápelo con palabras, con miradas, con esencia. No se limite a
ofrecerle sexo, ofrézcale vida. Cuando lo tenga a entera disposición suya no se
guarde nada, destrócele la espalda con sus uñas, arránquele el vientre a
mordiscos, hágale saber que si pudiera, lo exprimiría hasta cuando sólo quedase
un perfume hecho de él, hasta cuando él se vuelva un aroma que perdure irracionalmente
en su memoria. Luego, tiéndase sobre su pecho mientras él duerme y sienta sus
estruendosos latidos, su calor, mírele el rostro despejado y reténgalo para
siempre. Disfrute del silencio y olvídese de este mundo. Si usted desea
intentarlo con alguien de su mismo sexo no importa, eso es lo de menos, busque
a quien prefiera, pero apresúrese. Ríndase al éxtasis y transmita lo que las
letras no pueden nombrar, la sabiduría del cuerpo. Ame con la piel, el corazón,
el cerebro, los intestinos, con lo que sea, pero ame como loco.
Preferiblemente, no se case nunca.
Ahora, si usted ha leído todo el texto de corrido sin haber sentido la
necesidad de detenerse a mirar por la ventana, de hacer silencio para luego
cerrar prolongadamente los ojos mientras fantaseaba entre pensamientos; si
usted aún sigue con ropa, con pudor, e incluso, si tiene el descaro de haberme
leído con zapatos puestos; si usted es de los imbéciles que sólo leen para
considerarse más intelectuales que el resto pero su vida sigue dando asco, y
aún no sabe si su día se pareció más a alguna novela, un cuento o un poema, o
ni siquiera sabe si se parece a usted mismo, porque la televisión y su
currículum lo confunden; si no se ha levantado a prepararse un té, o a leer a
Camus, y sigue sentado, aplastado como una masa inerte; si no ha buscado algún
poema que lo ponga eléctrico, o no ha encontrado placer en el cansancio; y lo
más sorprendente, si no ha encontrado a quien amar, con quien compartir el
florecimiento de los instintos que nos llevan a morir en los campos donde
colisionan el calor y la humedad, debo confesarle que es usted un ser
admirablemente aburrido. No le pido que se avergüence de usted mismo, pero temo
confirmarle que ha perdido su capacidad de asombro, que usted ya es poco más
que un fantasma, que un recuerdo, o mejor, que un olvido. No sea cobarde, no lo
dude, definitivamente debe pegarse un tiro.
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